Es
momento de ir preparando la picada, comprar las cervezas, conseguir
un sillón cómodo y pintarse la cara de celeste y blanco. No estoy
hablando de futbol ni, lamento informarle a aquellos fanáticos del
deporte, tampoco de rugby. Nos encontramos frente a, nada más y nada
menos, una nueva posibilidad de conseguir la estatuilla dorada
destinada a la mejor película extranjera en los premios de la
academia. Está vez, traída de la mano del señor Pablo Trapero.
Cuando
se nombra ese apellido, inmediatamente se relaciona con éxitos
comerciales como, por ejemplo, “Carancho” (2010) o “Elefante
blanco” (2012). Sin duda, dos filmes que resuenan en la memoria
colectiva de los espectadores aficionados.
Es,
sin embargo, un director que, habiendo pertenecido al grupo de (en
aquel entonces) jóvenes realizadores, conocido como Nuevo Cine
Argentino, supo imponer, desde un principio, una impronta bien
marcada y característica. Gracias a esto, pudo darse a conocer,
paulatinamente, alrededor del mundo y en diferentes espacios,
ganándose los aplausos de grandes cineastas.
Hoy
nos encontramos ya muy lejos de su opera prima, “Mundo grúa”
(1999) y, gracias a un jugoso presupuesto y a un gran trabajo
producción, respaldadado por figuras como Pedro Almodovar, Agustín
Almodovar o Axel
Kuschevatzky
podemos
apreciar a un Trapero que, manteniendo su estilo y sello, nos trae un
filme muy logrado y digno de competir con cualquier monstruo
Hollywoodense.
Partiendo
de una historia sencilla, basada en sucesos reales, el director narra
los acontecimientos que ocurrieron alrededor de la familia Puccio
entre 1982 y 1985.
Nos
encontramos pues, con una formula clásica que se conforma firme y
efectivamente gracias a una conjunción de factores muy cuidados y
que van desde lo técnico (como puede ser la iluminación, la puesta
de cámara y el trabajo de montaje, especialmente en ciertas escenas
memorables) hasta lo actoral.
En
este último caso, cabe destacar el trabajo de Guillermo Francella en
el papel de Arquímedes Puccio, un personaje audaz que, construido
con una sabiduría y desde un lugar muy inteligente (el de la
templanza agresiva, el de la actitud pacífica e intimidante) logra
atrapar al espectador y mantenerlo atento a cada uno de sus
movimientos.
Por
otro lado, nos encontramos con el coprotagonista, Peter Lanzani que,
si bien ha mejorado sus cualidades interpretativas para su papel, nos
entrega a un Alejandro Puccio certero pero que no resalta demasiado,
exceptuando ciertos momentos muy específicos del filme.
Lo
cierto es que, en conjunto, el reparto posee una química
indiscutible, y consigue mostrar, física y emocionalmente, un
ambiente familiar fresco y natural, lo cual es algo indispensable
para que la historia pueda explayarse creíblemente.
El
conjunto de elementos estilísticos que le otorgó la fama a Trapero
tampoco se queda atrás en este metraje. La música utilizada para
reforzar una acción o para generar un clima muy puntual (típico,
quizás, de una película de Scorsese) es una herramienta que
encuentra su lugar dentro de la propuesta del director y, pese a que
puede llegar a saturar un poco, funciona más que correctamente. Los
planos cerrados y como mucho movimiento son otra marca característica
que permite condenar a los personajes o someterlos a una situación
sumamente mortificante.
No
hay que dejar de lado el trabajo de montaje, que es sin dudar, junto
con la iluminación, el recurso técnico más picante de la película.
Desde un principio, el relato utiliza documentos audiovisuales de
aquellos años y, además, se construye variando situaciones y
acontecimientos, dotando a la historia de un ritmo y una agilidad que
le impedirá a cualquier espectador tomarse, ni siquiera, un minuto
de descanso.
Dicho
esto, no queda más que ir a ver esta nueva joya de nuestro cine. Una
gran promesa para las próximas entregas de premios y festivales en
donde se proyecte alrededor el mundo.
Quizás,
para ciertas personas, no sea más que otra simple película. Estoy
seguro, sin embargo, de que muchos podrán ver otra muestra de lo que
puede lograr la suma de un talento, como lo es Pablo Trapero, y la
industria nacional. Desde mi lugar, puedo asegurar que, más allá de
toda firma o nacionalidad que se le atribuya, es un filme que vino a
pisar fuerte en las salas y que, nominada o no, dejará satisfecho a
varios públicos, dando mucho para hablar.
Critica por Gonzalo Gimenez Munua. Calificacion: 9

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